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Badajoz y Elvas en 1811. Crónicas de guerra.

Recogió el historiador oliventino Luis Alfonso Limpo Píriz las cartas que escribió Francisco Xavier do Rego de Aranha a su admirada María Luisa de Valleré durante la guerra y el sitio de Badajoz en 1811. Él estaba en Elvas, ciudad que hace frontera con la vecina España, al otro lado del Guadiana, examinando el curso de la guerra peninsular (que es como llaman los portugueses a la guerra de la independencia contra los franceses) y atento a cuanto sucedía al otro lado del río; y ella en Lisboa, en la corte y buscando información sobre los terribles acontecimientos que se podían cernir sobre su patria de adopción, pues era por vínculos familiares francesa, ilustrada en huida, y mujer de buenas e interesantes relaciones en Europa.

Aranha cuenta en las cartas los sucesos trágicos de la guerra en Badajoz, Olivenza y Elvas durante los días  que fueron desde el 9 de enero  hasta el 17 de junio del año 1811, fecha en la que tiene que salir por patas de Elvas ante el repliegue de las tropas de los aliados y la indefensión en la que quedó la plaza de Elvas. Wellington, que hasta esos días iba a ser el salvador de Badajoz, prefirió subir hasta Ciudad Rodrigo para iniciar su ofensiva desde el campo charro. Después vendría la batalla de Arapiles, y el retroceso de los franceses hasta la frontera en Francia con el rabo entre las piernas.

Es curioso observar el pensamiento de nuestros hermanos portugueses ante el arrojo y la capacidad de los españoles en la guerra, que una vez más, confirman el carácter indomable y la valentía de las tropas, en contraste con la estupidez de algunos mandos. Es la historia que se repite, la de Blas de Lezo, la del general Menacho o la de los últimos de Filipinas en el sitio de Baler. Gente  valiente hasta la admiración, que tiene que luchar primero contra el enemigo, segundo contra sus incompetentes gobernantes, y tercero contra el recuerdo, la historia y el tiempo. Ni que decir tiene que esta última batalla la terminan perdiendo casi siempre.

Badajoz era en los días de 1811 una ciudad amurallada, española y difícil o imposible de tomar. La guerra había estallado tres años antes, y los franceses chocaron en España, teóricamente fácil de someter, con el orgullo y la valentía de los que se negaban a doblegarse ante los abusos de los napoleónicos, que saqueaban en nombre de la fraternidad, la libertad y la igualdad. Dejaron mermado el depósito artístico, cultural y social de iglesias, conventos y monasterios; y con los españoles tampoco fueron simpáticos, pues exigieron en esta tierra nuestra tributos, grano y dinero para mantener sus guerras por el mundo.

Lo cierto es que la guerra se enquistó a las muy superiores tropas francesas por culpa de dos elementos muy nuestros: el amurallamiento y los sitios (Badajoz, Zaragoza, Cádiz o Gerona) que ralentizaron los avances de los franceses; y las guerrillas permanentes, las cuales lograron acabar con la moral de los que van por el mundo pagados de soberbia. Los ejércitos de Napoleón estaban acostumbrados a invadir y doblegar en campo abierto, pero no a sitiar ciudades cabezotas y resistentes. El espíritu que inspiró a los españoles fue el de resistir como en Numancia y agotar al enemigo como hizo Viriato, donde mejor es morir que ser esclavo; el espíritu de Napoleón se inspiraba en el del imperio romano, con sus arcos de triunfo y sus viajes a Egipto donde saqueaba con espíritu ilustrado a quien le apetece y considera inferior.

Badajoz fue defendida por general Rafael Menacho, uno de los más aguerridos y valientes hombres que ha dado la vida por España. La ciudad era inexpugnable por tierra, y todos los intentos franceses fueron infructuosos. Rafael Menacho guardó su posición frente a las tropas francesas del general Soult, encargado del sur de España desde Sevilla. La iniciativa la tuvieron los de Soult, que subieron hacia Badajoz, que estaba muy bien defendido para doblegarla en poco tiempo. Conquistó a fuerza de cañones y pólvora Olivenza, y trató de doblegar Badajoz con muy malos resultados, pues Menacho era mucho Menacho. Defendía la plaza con uñas y dientes y aseguró a los franceses que nunca se rendiría, para lo cual ni siquiera aceptó el diálogo que precede a la rendición. Hasta ahí la gloria y un capón para los que se creen que no tenemos lo que hay que tener cuando toca.

Pero hete aquí que la historia dio su vuelco. Menacho fue herido de muerte en una salida que hicieron para amedrentar y desazonar al enemigo, y cambió el curso de la guerra. Habían salido sus tropas en una refriega que destrozaba las posiciones enemigas de cara al asalto inminente. Todo iba bien, pero cuando regresaban, Menacho se volvió por encima del parapeto para animar a los suyos, gritó diciendo a los suyos ( y a los invasores) que no se diese cuartel a nadie y que se matara a toda aquella canalla. Fue entonces atravesado en dos por una bala de cañón, muriendo ese mismo día.

Con su muerte vino la desgracia sobre la ciudad. Su segundo de a bordo, un tal Imaz, que es catalogado como un traidor y cobarde de libro, cedió la plaza. No había pasado ni una semana desde que murió Menacho, y los franceses siquiera habían reiniciado las hostilidades. Un oficial cobarde frente a su predecesor que había sido un valiente. La mujer y los hijos de Menacho aguardaban desde Elvas, y Portugal entera quedaba asombrada de la valentía del primero y de la cobardía del segundo. Con Badajoz en manos de los franceses, la entrada a Portugal era Elvas, que aunque está amurallada, era bastante más débil y estaba peor defendida que su vecina Badajoz.

Se inicia así la segunda parte del sitio de Badajoz, pero con los actores cambiados de posición. Los franceses se quedan dentro y mantienen la plaza ante los avances de los españoles, portugueses y británicos que intentarán por todos los medios recuperar la plaza, perdida tan tontamente. Tras un desgaste de meses y la sangrienta batalla de la Albuera, donde se siembra la región de cadáveres, los de Beresford y Castaños (Wellington se fue hacia Ciudad Rodrigo) replegaron sus ejércitos dejando Badajoz para los franceses. Antes intentaron agujerear la muralla de Badajoz, cosa que lograron, y fracasaron los británicos en su intento de llegar por el fuerte de San Cristóbal. Otra derrota olvidada de la pérfida albión, que tiene una memoria selectiva asombrosa, casi a la par que la de los franceses.

La guerra continuará lejos de allí, y los napoleónicos no tardarán en abandonar la ciudad ante las necesidades estratégicas de otros lugares de la península. Portugal no será conquistada, y España barrerá la francesada aclamando a Fernando VII como rey. En realidad estaban ante otro gobernante estúpido y cobarde como Imaz.

Es curiosa la percepción de Aranha de los combatientes. Afirmaba el luso que los portugueses no eran buenos en el combate, pues les podía su carácter flemático y tranquilo. una curiosa autocrítica, sin duda. De los franceses decía que están muy bien organizados y entrenados. conocían la guerra porque eran veteranos de ella, y sus oficiales eran buenos e inteligentes. A los ingleses los pone a caldo. Son arrogantes y presumían mucho de buenos ingenieros, pero cuando tuvieron que ponerse manos a la obra hicieron el ridículo bajo cierta ironía de Aranha. Presumen mucho y conquistan poco. De hecho los fracasos en la reconquista de Badajoz se deben a errores de bulto de los ingenieros británicos, por no hablar primero de la desidia de los mandos españoles, como Mendizabal, que confiado en que no atacarán los franceses, termina perdiendo posiciones en el norte de la ciudad, al otro lado del Guadiana. Un chulo y un bocazas, seguro.

Aranha, en cambio, habla de los españoles de manera diferente a como lo hace con sus oficiales. Son los más valientes (Menacho), pero también los peor dirigidos. Sus mandos son en ocasiones fantásticos, y así no termina de hacer elogios al general Castaños, por su cordura y su capacidad, a la altura de Wellington o superior. Pero también habla de los desastres, los estúpidos de libro, como Imaz o Mendizabal. Arrogantes o cobardes, los que siempre dejan mucho que desear.

Este incidente de la guerra peninsular, de la independencia, expresa bien el triunfo de los necios, de los que creyendo hacer bien, empeoran el curso de la guerra y empeoran la vida real de los que dependían de ellos. Quizás una lección que no debamos olvidar ante los necios contemporáneos.