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La locura japonesa de ordenar o «La magia del orden» del método KonMarie.

Confieso que me le leído el libro de Marie Kondo LA MAGIA DEL ORDEN. Me impresionó casi tanto como las obras completas de Murakami. Los japos están locos y son peña divertida, y como todavía tengo pendiente saquear algún que otro armario para ordenarlo, pues ale. Vamos a entretenernos con el tema.

Por lo que he visto de refilón en el libro, los del país del sol naciente hacen cursillos para ordenar. Les debe poner mucho el tema y es una afición tan decente como coleccionar bragas usadas, disfrazarse de comic manga o comer sushi envenenado. Japón es todo eso y mucho más, por eso me encantan. En Japón hay gente dedicada por entero al negocio de ordenar la casa de los demás. Entran, estudian el mejunje de un frigorífico, por ejemplo, y te dan una solución estudiada y seria. Haga dieta. Queme su frigo. Cambie de perro. Lávese con jabón lagarto los oídos. Lo que sea. Leyendo el librito de marras me he enterado de que hay criterios distintos para ordenar. Y donde hay diferencias hay discusiones, debates, escuelas y tendencias diferentes. Viva Japón y su orden plural.

Explico esto, que tiene su aquel. La señora Kondo afirma que hay que tirar todo, menos lo que se quiere. Y para saber si se quiere algo hay que abrazarlo. Abrazas tus calcetines mohosos y te convences de si los quieres o si puedes pasar sin ellos. Haces lo mismo con tu pañuelo palestino de cuando eras gilipollas, y si el olor a rancio no te mata, te darás cuenta de que puedes regalárselo a tu vecino el listillo. Que es una forma de tirar las cosas puteando a los demás. Abrazas y besas la sartén donde se te pega la tortilla, pero que te ha acompañado los últimos treinta años de tu vida haciendo acampada libre, y entonces descubres que es única para tí. Te amo, sartén pegajosa. Y le haces un hueco junto al resto de tu selecta mierda. Así durante dos semanas o hasta que sacas veinte kilos de basura. Entonces te conviertes en un tipo feliz que se quiere a sí mismo.

Otras escuelas del sacratísimo orden tiran en plan Hawkings. Agujeros negros. Todo a la basura de inmediato. Quemas tu casa y empiezas de cero. Entonces enumeras tus objetos de entrada, y cuando llegas a una cantidad equis, pones un big crunch en la puerta del armario. Solo sale materia, no entra nada. Tampoco está mal, es expeditivo y tiene el efecto colateral de que puedes ordenar el barrio entero si el fuego se descontrola. Luego a la cárcel. Y allí, no tendrás mierda para quemar, ni para ordenar. Se supone. La felicidad te inundará si eres un pirómano loco.

Otros frikiordenantes son más benévolos con la condición humana y te piden que además de querer a tus objetos dándoles besos cada fin de semana, los selecciones lentamente en plan gulag. Los de primera categoría a la habitación de al lado, los de segunda al pórtico de la entrada, y los de tercera división a la perrera. Luego te compras el perro y tiras lo de dentro de la perrera. Y así hasta que salga todo lo indeseable y te quedes con lo de primera categoría. Este método lo debió usar la Preysler, que el otro día ví su casa, y era en ese plan. Ordenado y con gusto.

Está claro que la humanidad tiene un problema con el orden, y es que debe existir un gen del orden que nos agobia tanto como el gen del desorden. Nos encanta dejar la cervecita al pie del sofá, todo por no ir a la cocina. Pero al cabo de dos días, nos molesta la cervecita, que todavía sigue allí. Molesta más si es la cervecita de otro. Y molesta hasta cabrearnos si era la última cerveza que nos quedaba en la casa y han pasado tres meses sin probar una. Si hay abundancia de cervecitas, entonces se acumulan en el rincón, vacías y por miles. Una, dos, tres, cuatro… Cuando se ha ido la cosa de las manos, abrazas las latas de cerveza y tras despedirte de ellas las tiras a la basura en una campaña de orden y autoridad con los objetos. Para celebrarlo te tomas una cervecita, y vuelves a empezar.

El orden es una de esas obsesiones modernas que le entra a la gente cuando no le cabe la mierda en casa. Yo creo que es eso. No es importa nada el tamaño de la vivienda. De hecho, de joven viví en una casa de 315 metros cuadrados y la llenamos de cachivaches hasta el último rincón. Nos costó, pero tras diez años, no hay vivienda que se resista a acumular rincones de materia inorgánica por parte de la materia orgánica que la habita. El ajuar que se llama. Ahora mi casa no llega a los 75 metros, para mi que menos, pero tengo la misma sensación de estrechez. Si hiciera un inventario, llegaría la lista a varios millones de objetos, subobjetos y material oscura.

Estuvimos en Atapuerca. Da igual el antes o el después. Cuando la gente vivía en cavernas, llenaba la caverna de mierda, y luego se iba a la caverna de al lado a vivir. Gracias a ese desorden y descuido, la antropología ha avanzado una barbaridad. Está en nuestra naturaleza ser unos guarros y unos desordenados. Hasta que molesta, que es al día siguiente cuando te levantas y ves como está la casa, con trozos de pizza por el suelo y cervecitas en tu rincón preferido.

Entonces sí. Te cabreas a fondo, y tomas una determinada determinación. Te vuelves a leer los apuntes del cursillo japo, te pasas dos tardes tirando mierda, y te das por satisfecho. Yo aconsejo el método inquilino: una  buena mudanza y a tomar por saco. Te vas con lo puesto.