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La mística de Platero y yo.

Me reconozco cada vez más atraído por la poesía, por el placer de disfrutar versos sueltos, rimas elegantes dichas con sencillez y profundidad. De ahí que haya vuelto a caer por mis manos el libro de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo. Una obra maestra que tradicionalmente entendemos como un libro infantil, pero que es en realidad un libro profundamente místico y espiritual, religioso y cristiano. Y esa interpretación de su obra la he descubierto gracias a los estudios  de Michael P. Predmore, que aparecen en la editorial Cátedra, cuya edición coquetea sobre la mesa de mi escritorio con otros libros también amigos. Bien por todos ellos.

«Platero y yo» es una composición en prosa poética única en su género, muy poco inocente y con una carga de simbolismo y de profundidad religiosa y cristiana asombrosa. Late en el fondo de su alma la visión política de JRJ, un hombre que estudió en la Institución Libre de Enseñanza, y por tanto, alguien muy cercano al regeneracionismo krausista de fines del XIX y principios del XX.

JRJ  deseaba, igual que el regeneracionismo de la Institución Libre de Enseñanaza, mejorar la cultura y la sociedad española, regenerarla moralmente y elevarla espiritualmente. Juan Ramón Jiménez trató con Alfred F. Loisy, uno de los teólogos del modernismo, de corte y teología liberal, cuya pretensión intelectual terminó en un enfrentamiento con el cerrado espíritu que entonces imperaba en la teología católica tomista y excluyente. Jiménez es un escritor que se enamoró  de los poetas místicos españoles del siglo XVI, a los que gustaba y admiraba con más profundidad que a otros poetas clásicos. Y gran parte de su sensibilidad religiosa se vuelca en Platero y Yo con resultados asombrosos.

En esencia, y así hay que entenderlo, JRJ es un modernista, un poeta de luminosidad que no necesita de princesas ni de palacios – a diferencia del nicaragüense universal, Rubén Darío – para comprender la belleza de la palabra poética y lírica en sí misma, y de hecho lo demostró con las maravillosas páginas de sus poemas. Platero es una composición homenaje a Andalucía, su tierra, su «jente» y su patria Moguer. Él no es amante de Castilla, como la generación del 98, recia y serena ante la decadencia, sino que es un enamorado de Andalucía,  de la luz y el sol que irradian sus mariposas blancas. Platero es – y lo digo arriesgando – la réplica cristiana al «Así habló Zaratustra» de Nietzsche. Platero es una composición con estructuras evangélicas donde la belleza divina es secularizada, donde se genera una trascendencia difícil de alcanzar por un escritor que pretende narrar una simple historia con un animal y en su ambiente de Moguer. Por eso, esta obrita es tan sencilla como profunda y fuerte.

Simbólicamente, Platero es Cristo: malentendido y perseguido, suave y dulce por fuera, y recio y de acero por dentro. Platero es querido y apaleado por la sociedad moguereña que es presentada por JRJ como malvada, cruel e hipócrita. La muchedumbre no es capaz de nada bueno, y representa el mundo malvado que Platero redime con su bondad natural. El dueño de Platero va conduciendo al animalito por las dificultades sociales del pueblo, arquetipo de humanidad, donde contrastan vivamente los hombres tenebrosos frente a los muchísimos niños. Los hay andrajosos, pobres y de toda condición, que al igual que en el evangelio, son los preferidos por el burrito. Estamos ante una mística secularizada, un relato donde el animal se clava una espina, donde es montado por un nazareno, donde el animal que es inocente sangra y sufre. Platero sufre la vida en una primavera sacrificial. En cambio, la llegada del invierno será síntoma de elevación. Sin duda el autor está influenciado por Loisy, pero también por el romántico Renan o el eterno Kempis. Platero muere y resucita con la espiritualidad romántica de aquellas décadas, con la vibración y la dulzura secularizada de una historia universal, la de la vida, el dolor y la muerte, pero que sigue asombrando y deleitando cuando está tan bien contada.

Me reconozco pequeño ante tal obra maestra, única, tan conocida como incomprendida, pero también redescubro en la lectura que estoy haciendo, un «Platero y yo» distinto, que no había visto por culpa de una primera impresión acelerada. Les invito a releerlo desde estas claves, pues tiene el aire limpio que se respira en la casa de JRJ en Moguer, cuya foto arriba preside la entrada de esta semana, por cierto, tan suave y tan tierna a la vez.

Como Platero.