Uno de los males de nuestra sociedad es, sin duda alguna, la impunidad con la que delinquen algunos, y cuya raíz está en el aplauso y los vítores de esa misma sociedad. Mientras los asaltantes de todo tipo empiezan a campar por sus anchas, hay una parte de la sociedad que aplaude y ve con buenos ojos esta “kale borroka”. Los que en su momento llamaron a estas prácticas del terror “terrorismo de baja intensidad”, hoy lo abrazan con la alegría del cervecero que ve ganar a su equipo de fútbol con un gol en el último minuto. No son todos, por supuesto, pero hay una parte de la izquierda, cuyo principal sueño de grandeza es emular al Che Guevara. Bajo sus ideas, sean las que sean, justifican la violencia y la promueven. O sea, practican el terrorismo impunemente, y reciben el aplauso de un buen número de bien alimentados irresponsables que se dicen solidarios de los que sufren, aunque no hayan visto un pobre más que en foto y de lejos.
No han servido de nada las lecciones de la historia, y la posmodernidad que se hartó hace tiempo de aquellos salvadores de la humanidad que pronunciaban discursos vacíos, ha cambiado la indiferencia por la rebeldía. Se ha pasado del “don´t worry be happy” al “cambia el mundo a base de hostias”. Parece como si la conquista democrática no hubiera existido y tuviéramos que repetir la Revolución Francesa con nueva saña y nuevas cuchillas. El progreso debe ser eso, matarse para dejar el futuro con gente que piense como yo. De hecho están ya doblegando a los mecheviques liberales.
Cada poco salen a la calle: ora paran unas obras en Gamonal, ora reivindican la Tercera República con un escudo monárquico en el medio, ora insultan a la familia real, o a un político cualquiera. Unos días ocupan la Puerta del Sol dejando todo como un estercolero, y otro día montan un escrache en la casa de la Vicepresidenta, que digo yo tendrá derecho a descansar en su casa tranquilamente algún rato. Pues no.
Necesitan una revancha, y es que la derrota que sufrieron en la guerra incivil les ha bajado la autoestima hasta niveles preocupantes, y andan con ganas de quitarse el mal sabor de boca que les quedó por no haber escuchado en el último parte de guerra de Negrín algo parecido a: “Vencido y derrotado el ejército fascista. La revolución ha empezado”.
La cosa sería jocosa si no pasara a más, pero es que no es así. El otro día un grupo de feminacis activistas (creo que se llaman Femen, o algo así) agredieron e insultaron a golpe de tetazo al obispo de Madrid. Son cuatro, pero como van en pelotas y montando gresca pues a vivir. Licencia para tetear (golpear con las mandingas) al prójimo Y ayer mismo otro grupo de pibas en Palma se ha entretenido en profanar un templo católico insultando a la gente que allí se congregaba. Luego tendrán la cara de decir que la iglesia les impone sus ideas, y que les han provocado con la ley del aborto, y que no han tenido más remedio que salir a la calle porque los curas las están obligando a tener hijos y cosas por el estilo.
Todo menos debatir con serenidad. Hasta las acólitas recogedoras de premios de los Goya manifestaron que tenían derecho a decidir. ¡Cómo si fuera obligatorio quedarse embarazada y tener hijos! Digo yo que una mujer puede decidir antes de quedarse embarazada si se quiere quedar embarazada. Pues no. El derecho a decidir es para cuando les sale del ovario, es un derecho eterno y sin límites. Y para demostrarlo le damos un tetazo al cardenal Rouco. ¡Ale! Por facha y por malo. Y los tíos ni chistar sobre el asunto del aborto, que como no somos hembras no tenemos nada que decir. ¡Y además se lo creen!
Está claro que la democracia ya no les mola, y supongo que es porque pierden las elecciones. Y como se han enfadado, pues eso, prefieren insultar y reventar actos públicos, que ahí sí que no tienen ningún rival. Lo hacen en nombre de los parados (como si no hubiera parados que hubieran votado al Pepé), y contra los poderes fácticos, entre los que incluyen la iglesia (como si la iglesia no fuera una de las instituciones que más está haciendo para paliar las consecuencias catastróficas de la crisis). Unos cardan la lana y otros llevan la fama, y a la iglesia le toca la peor parte. O la mejor: ganarse el cielo aguantando golpes y amén. A rezar por la paz.
Lo triste es que la izquierda se ha reinventado de la peor forma posible, y ha regresado como los cerdos de la Rebelión en la Granja de Orwell, con ganas de doblegarnos a todos los que no pensamos como ellos. Por las buenas o por las malas. Con propaganda y sin ella, todos tenemos que ser buenos, modernos, agnósticos, indignados y reflexivos. Así llevan años diciendo que tienen que ser los alumnos que pasan por la Escuela Pública. Por eso odian tanto las escuelas de las monjas y los curas, porque ofrecen valores alternativos (cada vez menos) a los suyos. Creo recordar que en una de las últimas huelgas de estudiantes incluso asaltaron un colegio concertado insultando a los curas. Una gran demostración de lo que es la libertad de expresión sin límites y sin un rival que te pare los pies.
Yo sueño con algo distinto. Con una izquierda más constructiva y con más sentido de Estado. Con una izquierda inspirada en los valores del cristianismo (como la socialdemocracia de los países escandinavos), una izquierda que devuelva a la historia los valores de internacionalismo, del cooperativismo, de la solidaridad con los débiles de verdad (el nasciturus), que no defienda el modelo de familia más bizarro, que sea pacífica y pacificadora. Que crea en la fraternidad y crea en la liberación que otorga Dios. ¿Es mucho pedir? Mucho mejor que un terrorismo con licencia creo que sí que es.