A lo largo del tiempo, una de las semánticas que más ha variado, sustantivos al ataque, ha sido el relativo al dinero, a la cosa nostra, a la pasta gansa o a las perras. Creo que es, junto con los millones de sustantivos existentes para designar la genitalidad, uno de los mundos más fecundos en creación de lenguaje, de semántica, de palabras nuevas y de extinción de las viejas palabras. Nos damos una vuelta por el tema, que es gratis y sale por la patilla.
Cuando yo nací ya casi no había perras gordas, que era el nombre que recibían, si no me confundo, las monedas de 25 céntimos de peseta. Lo que equivaldría a menos de una cuarta parte de un céntimo de euro. Pues bien, con dos perras gordas creo recordar que hacía la compra mi abuela en los tiempos de Agamenón el primo del Arcadio. Lo que oyen. El dinero ha cambiado, y el valor de las cosas también, pero el nombre se las trae. Perras gordas. Recuerdo haber visto alguna y eran, ciertamente, unos monedones grandiosos. No tengo ni idea a qué viene el nombre de perra para algo que era redondo y gordo, pero seguro que tiene su razón de ser.
También había monedas de cincuenta céntimos de peseta, que eran como una chatarrina ligera que terminó dejando de estar en vigor. Ya casi no las recuerdo, pero cuando implantaron el euro, nos contaron que a los viejos les costaría menos contar en euros por aquello de tener céntimos. Por supuesto que no fue así, y sigue habiendo mucha peña que sigue contando los pisos en millones de pesetas, y a los euros los llama duros, así, para fastidiar.
La peseta, que fue la moneda estrella española en la segunda mitad del siglo XX, era también denominada rubia, precisamente por el color doradito que tenía. Como de oro, pero sin el oro. con el tiempo dejó de valer. La abreviatura que se extendió fue llamarle «pelas» y así de decía tener tantas pelas, en lugar de tantas pesetas. Por extensión se hablaba también de perras, en lugar de pelas. Las pelas. Por supuesto, cuando era niño, ya era más apreciado el duro, que eran las monedas de cinco pesetas, que eran así como plateadas pero en chatarra de calidad. Creo que mi abuelo ganaba un duros al mes de salario, pero no estoy seguro de en qué momento.
Las monedas de cien pesetas eran habitualmente llamadas monedas de veinte duros, y es que en nuestra tradición lingüística española era muy corriente hablar de duros, y no de pesetas. Mil duros equivalía a cinco mil pesetas, y cincuenta duros eran mil quinientas pesetas. Yo he escuchado a mucha gente contar en duros, en lugar de en pesetas. Y era complicado, porque te tocaba hacer el cálculo en la cabeza para enterarte de las cantidades. Por supuesto, la expresión de no tiene un duro, sigue diciéndose. Un duro equivaldría, más o menos a dos céntimos o tres de euro. Na. Casi ni es dinero.
Las monedas de veinte duros, o sea de cien pesetas, fueron conocidas como las chocolatinas, por tener un colorido entre amarronado y siena tostado. Cuando era pequeño ir al cine costaba algo menos de cien pelas, y cuando llegó el Euro (156 pesetas) se asimiló el euro con las monedas de veinte duros. De repente subieron los cafés lo que no estaba escrito, pero dejaron de llamarse chocolatinas, más que nada porque los euros parecen de doble aleación de oro y plata. Se podía haber utilizado la expresión café con leche, pero el caso es que no cuajó, oiga.
De todos los billetes que había antes, mi favorito era el de mil pelas. Mil pesetas. Eran verdes y por esa razón eran conocidos como las lechugas. Aunque también hay que decir que en el ambiente de la movida pucelana era conocidos como los chuflos. Un nombre fantástico. El chuflo se convirtió durante mucho tiempo en una unidad básica de medida festiva. Salíamos a tomar unas cañas y poníamos de fondo común de un chuflo cada uno. Si cada vinaco nos salía a unos cien o doscientas pelas, pues con cinco o cuatro vinos andabamos ya sobrados de juerga.
Recuerdo que cuando llegó el euro cambiamos los chuflos por los billetes de cinco euros, y curiosamente a pesar de ser menos cantidad de dinero (ochocientas pelas) también nos hacíamos la tarde noche sabatina. Luego tuvimos que aumentar a los billetes de 10 euros, que no tienen nombre conocido.
Antiguamente, leo en el Lazarillo de Tormes había unas monedas que llamaban las blancas, que debían ser rústicas, pequeñas y pálidas. Tal nombre formaba parte del argot de la época. Las blancas, que es una forma de llamar al dinero por su color principal.
No tengo conciencia de que los nombres populares que dábamos a las monedas antiguas tengan continuidad con las monedas nuevas. Aunque las monedas de un euro se parezcan a los veinte duros, nadie los llama así. Y es una pena, porque cuesta hacerse olvidarse de las viejas expresiones. Por eso unos lenguajes mueren con la pérdida de sus monedas, y otros nacen. O se supone que nacen.
Se podría bautizar con nuevos nombres a los billetes contemporáneos. Por ejemplo los de 500 euros serían los invisibles, porque casi nadie ha visto uno de esos. Los billetes de 10 podrían ser las mortadelas, y los de 5 los grises. Dame un gris para pagar la cerveza. Pues no queda mal. el problema será traducir mortadela al alemán (al italiano es fácil) aunque estoy seguro de que ellos los llamarían los salamis. Será curioso ver dentro de unos años en que deriva el lenguaje, aunque me temo, que dado el aislamiento cultural de los países de la Unión Europea, quizás no se produzca nunca. Siempre pagaremos con monedas extranjeras. ¿Y si llamamos a los billetes de 50 euros los guiris, por aquello de venir e irse por temporadas?
Jajaja me he reído mucho. Gracias.
Muy interesante