Mendigando la poesía de un escritor de Elvas

Me lo encontré por casualidad por las calles de Elvas, la pequeña ciudad, si es que se puede llamar ciudad a un lugar tan coqueto y bello de la vecina Portugal, a tan solo diez kilómetros de Badajoz. Caminaba con una bolsa y dos libros en la mano, y en cuanto me vio, se dirigió a mi, como si supiera que era su salvador de aquella tarde de octubre en calor y en el Pilar.

Habíamos terminado de comer en un antiguo lagar elvense, actual restaurante de fonda y café, donde el tiempo se hacía valer, y la tranquilidad se palpaba incluso en el porte de los camareros, que tardaban en servir y en atender. Calma y sosiego. ¿Por qué no, en un día de fiesta en España? Habíamos comido al calor de las brasas, y tras dar cuenta de un vino blanco fresco, entrantes de bacalao dorado y postre de dulzor exagerado, salimos para entregarnos al cielo despejado en una tarde tranquila y agradable, ni frío ni calor, aunque todos vestíamos con manga corta.

Nos dirigimos a la plaza principal de Elvas, llamada de la República. El día no podía ser más estupendo, calor sobre los adoquines, y muchos españoles tomando ese café portugués de tanto sabor, donde una tacita de negro tiene más aroma que cientos de cafés amargos y solitarios de bares españoles. La plaza está en cuesta, con su adoquinado luso característico, y varios puestos erráticos vagabundeaban la atención de los pacenses que gustan acudir a la vecina Elvas para entregarse a su mesa y a su tranquilidad. Además de una terraza central, con helados y café, había baratijas de mesa plegable, y unas letras gigantes que entretenían a los niños que por allí jugaban.

No había sorbido mi café, ni tomado los niños sus helados, cuando se acercó un transeúnte cotidiano. El mendigo de turno se acercó a las mesas de las terrazas para solicitar unos durillos, pensé que a cambio de unos mecheros, o unos pañuelos. Pero no. Era un portugués de allí, de los conocidos por todos, que saluda con alegría a unos y otros, y que parece un héroe recién salido de la batalla. En este caso era un hombre más bien mayor, de piel arrugada, mirada profunda y sombrero de cuero cosido, con ala ancha y barba canosa mal rasurada. Hablaba un portugués cerrado, difícil de entender, y tras acercarse a las mesas, se dirigió a mi, que estaba observando como ofrecía en una mano dos libros para su compra, y guardaba en una bolsa de plástico anónimo otros cuantos más.

Su acento era imposible para mi. No le entendía, quizás porque a esa hora solo le quedaban susurros para ofrecernos, miradas de orgullo y un par de libros escritos por él. Por qué no.

El escritor y poeta se llamaba Manuel Nicolau Bastos Covas, y ofrecía dos libros de su cosecha, pues era edición de autor, del año 2007. Había pasado diez años desde que he encontrado la última referencia de su vida en internet, y coincidía la fecha con la de la publicación de aquellos cuatro libros que escribió en el pasado, y que me animaba a que nos hiciéramos con dos de ellos. Eran parte de su vida, como sus dos hijos, unos dinerillos con los que pasar los días.

No andaba con la barba rala, ni tenía pusilanimidad en su alma, en cuanto vio una posible venta se animó mucho. ¿Son suyos? Sí. Los he escrito yo, y contienen poesía, me dijo con un acento casi incomprensible. ¿Y por cuanto lo vendes? ¿Cómo? ¿Cuánto cuestan? Cinco euros cada uno. Era una ganga. Venía una foto suya en la portada, en pequeñito, y en el anverso del libro varias sentencias hermosas de recordar, de esas que hoy se consumen como de grandes sabios en twitter. Había poemas y versos hermosos, historias de su vida, anécdotas. No lo he leído todavía, pero están impregnados del alma de aquel hombre que parecía salido de Angola, de la guerra en Africa, del mismísimo Mozambique y de la revolución de los claveles, de la vida errabunda que había tenido, y del éxito y fracaso de alguien que quiere entregar por las calles de su pueblo una parte del arte que guarda en su alma y en su mente.

Le pedí que me los firmara, pues es lo que hacen conmigo los que se admiran de lo poco que puede uno entregar en la vida, como son buenas historias en forma de literatura y belleza. El hombre estaba decidido, no porque no supiera lo que tenía que hacer, sino porque conocía el oficio. Habría firmado cientos de libros antes que el mío, y ahora, que rondaba, según he leído en alguna parte de uno de los libros, los 85 años, le parecía una buena ocasión de agradecerme que tenía un lector más, un lector español. Para o meu amigo Antonio, pone en una letra temblorosa que ni siquiera se atrevió a hacer sentado sobre la mesa de la terraza. Mesa y silla que le ofrecí, pues estaba ante un escritor luso, y eso merece deferencia y honor. Para o meu amigo Antònio, pone en el otro libro. Con mejor letra y más tranquilidad, pues tomó en consideración la silla propia que le ofrecí.

El hombre se levantó con el trabajo hecho, me estrechó su mano cálida y grande, y tras saludar a varios de por allí, se sentó en la terraza, un par de mesas más al fondo para disfrutar de la vista y tranquilidad de la plaza. Reconozco que me pillaba de espaldas, pero según me contaban, miraba de reojo cuando acariciaba las hojas de sus dos libros; me observaba ahora con orgullo,  mientras yo rebuscaba algunos poemas, deteniéndome en unos cuantos para escuchar la voz de Portugal, en su lengua suave, cálida y dulce que rezumaban las letras de Manuel Bastos Covas. No me defraudarían, lo sé, pues aquel hombre había vivido mucho y había puesto por escrito una parte sensible de su vida. Aquellos libros valen mucho más que cinco euros cada uno, y con firma…

No sé cuando se levantó de la mesa, creo que al cabo de un rato de paz. Nosotros marchamos bastante más tarde, con el descanso de Elvas y las ganas de regresar tras un día hermoso y familiar. Sé que seguirá por las calles de Elvas cuando vuelva, él, que se declara escritor alentejano, hombre de paz y bien. ¿Qué quieren que les cuente?

El otro día conocí a un escritor portugués, alentejano de pro, vecino de Elvas y vendedor de libros en terraza. Mendigo de la poesía. Seguro que no les suena, porque yo hasta ese momento tampoco lo conocía. Manuel Nicolau Bastos Covas. Un escritor que escribió algún poema que otro en la vida. Escolha.

Abre os olhos deixa ver

debaixo dessas pestanas

eu quero reconhecer

os olhos com que me engañas.

 

 

2 comentarios en “Mendigando la poesía de un escritor de Elvas

  1. José Cervera

    Entrañable y mágica historia, Antonio. Un placer observar la dignidad con que este hombre ofrece el producto de su ingenio cuando hay tanto mercachifle que se vende a sí mismo sin vender su valía. Un abrazo.

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