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Cuento de la mujer que tenía una oreja azul.

Como tengo en casa a una de mis niñas malita, le he contado este cuento, y le ha gustado tanto, que he decidido ponerlo por escrito…

 

CUENTO DE LA MUJER QUE TENÍA UNA OREJA AZUL.

Hace muchos años, en una ciudad provinciana de un país desconocido, vivía una mujer que tenía una oreja azul.

La mujer, que era muy caprichosa y presumida, se miraba todos los días al espejo, para comprobar, un día tras otro, que el azulado de su oreja cambiaba de tonalidad, pero que era persistente como un demonio.

– Azul, azul, azul. ¿De dónde habrá salido esta oreja azul? – le preguntó a una amiga, que lucía un sombrero vistoso con una pluma de ganso.

Pero no encontraba una contestación que la satisfaciera, y la mujer, que no quería que su oreja desluciera su buen gusto, decidió comprarse unos zapatos que hicieran juego con su oreja azul.

– Quiero unos zapatos de color azul.

– Sí señora, lo que usted ordene – le dijo el encargado de la mejor tienda de zapatos de la ciudad.

Pero los zapatos no fueron suficientes para aquella mujer, y entristecida porque todas sus amigas lucían ropas a conjunto con el color de sus orejas, decidió comprarse un traje de noche, para salir de fiesta, un traje azul que hiciera juego con su oreja azul y sus zapatos azules.

– Estás divina – le contestaron en la recepción de la fiesta que hubo varias semanas más tarde.

– Y perfectamente conjuntada – contestó ella.

Aquella mujer, felicísima de que triunfara el color azul turquesa de su oreja en sus círculos sociales, compró toda su ropa de azul: pijamas, camisones, calcetines y medias de color azul, cazadoras, abrigos, jerseys y camisas, todas azul turquesas. Pintó su casa de azul, y adquirió un coche azul, todo a juego con su oreja azul.

Pero un buen día, cansada de vivir sola, decidió comprarse una mascota, y pensó que lo más adecuado era hacerse con un perro de color azul, que hiciera juego con toda su ropa, sus zapatos y su original y simpática oreja azul.

Cogió su monedero y entró en la tienda.

– Quiero un perro de color azul.

– ¿Azul? No tenemos perros de color azul. No existen.

– Pues tienen que existir, porque necesito un perro que haga juego con mi oreja azul.

El comerciante se quedó viendo la oreja color azul, alabó el tono y el color de aquella excentricidad, y le ofreció los mejores perros que tenía en tienda y catálogo.

– Pero no son azules. ¡Quiero uno de color azul! Me da igual si el perro es grande o pequeño, de una raza u otra, yo lo quiero azul, como mi oreja azul.

El hombre, harto por aquella clienta tan caprichosa, tuvo una idea magnífica para salir al paso de aquella situación, y de paso lograr una venta que le aliviara sus deudas.

– No se preocupe, ahora que me acuerdo hay una raza de perros rarísimos en el Antártico que son de color azul. Apenas hay ejemplares, pero seguro que hacen juego con su oreja azul. Si me da un día para conseguirlo.

La mujer, que estaba empeñada en conseguir una mascota, transigió con lo que le decía aquel vendedor de perros, y se fue a su casa con el apremio de que aquel hombre conseguiría el perro azul que deseaba..

El hombre, cuando cerró la tienda, entró en una tienda de disfraces, y pidió la mejor pintura azul que hubiera para maquillaje. Luego volvió a su negocio, y cerrando por dentro, agarró a uno de los caniches de pelo blanco, y lo sumergió en la pintura convirtiéndolo en un magnífico perro azul. Al día siguiente llamó a su clienta con el encargo cumplido.

– Ya tengo su perro azul – y la clienta compró el animal sin darse cuenta de que el perro estaba pintado.

Pasaron los días, y tras lucir su perro azul, admiración de todo el vecindario, durante días y días, el perro se ensució con el barro de un charco.

– Te has puesto perdido – dijo la dueña a su simpático perrito que ahora estaba entre azulado y marrón -. Tendré que lavarte.

Y la mujer, ni corta ni perezosa, metió al perro en la bañera de casa. Abrió el grifo del agua de la ducha, y empezó a frotar al animal para quitarle la suciedad del barro de la calle. Su sorpresa fue que el perro empezó a desteñir.

– Dios, mío. ¡Mi pobre perro! ¿Qué he hecho? Este jabón es tan fuerte que ha desteñido el perro entero y se ha vuelto blanco.

Y azorada y entristecida por lo que le había pasado, regresó a la tienda.

– El perro que me vendió se ha vuelto blanco – le dijo intentando que el vendedor le diera una solución -. Me costó una millonada.

– Es probable que lo haya lavado con un jabón muy fuerte.

– ¿Y qué puedo hacer ahora? Porque el perro ya no hace juego con mi oreja azul, y no puedo sacarlo a pasear.

– ¿Por qué no prueba a lavarse la oreja azul con el mismo champú? – le indicó el hombre con un sonrisa irónica.

Pero la mujer, que no comprendió la indirecta del hombre de la tienda, regresó a su casa con el perro, y tomando el champú con el que había lavado al perro, decidió lavarse la oreja azul turquesa.

Su sorpresa fue que la oreja se volvió sonrosada y clara como nunca antes la había visto. Entonces comprendió que había estado ciega con el color azul, sin reparar que el cristal con el que miraba el mundo estaba empañado de un color que además, ni siquiera le gustaba.

– ¡Qué bien! – se felicitó -. Ahora podré comprar ropa de todos los colores, y no solo la de color azul.

Y el perro, que estaba muy contento porque había recuperado su color natural, movió el rabo en señal de aprobación.

 

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.