KIWIS GO HOME, Y A LA MIERDA LOS KIWIS.

Tengo un amigo, Carlos P., que es cultivador de fruta ordinaria en la vega de Toro, provincia de Zamora. Su finca es la mejor de Castilla y León y de buena parte de España: peras, manzanas, melocotones, ciruelas… Hacen fruta buenísima, y la venden en cajas a fruterías —y a quién quiera—, buena fruta. Producen un montón de variedades y son gente estupenda. Además, fabrican zumos, vino y sacan frutos secos. Productos ecológicos y naturales, son Fruta de Toro, finca Villaveza… ¿Qué les voy a contar que no puedan ustedes buscar en el enlace de aquí mismo?

https://frutadetoro.mabisy.com/

El caso es que ayer mismo estuvimos comiendo juntos, con un grupo de amigos, y salió de nuevo el consabido tema que siempre nos enerva y nos enfada: la invasión de los kiwis en la mesa tradicional española.

Tengo que aclarar que cuando hablo del kiwi me refiero a la fruta, porque para más inri, el kiwi es, además de una fruta, un pajaruco de la isla septentrional de Nueva Zelanda. Un pájaro que se parece a la fruta de feo que es el pobre, y que es permanentemente ninguneado por los comedores del kiwi fruta. Un pájaro en vías de extinción, el amigo; a diferencia de la fruta, que se ha convertido en una invasora implacable en los intestinos de la gente española. Hay que hacer algo al respecto.

El kiwi, para más creatividad y según la teoría de los antiguos astronautas, fue enviada a la Tierra, a Nueva Zelanda en concreto, para embrutecer el mundo, dominarlo y someterlo. No había salido de allí, gracias a la providencia divina, hasta que unos merluzos endemoniados, no puedo darles otro nombre, decidieron comer una fruta peluda y verde, con aspecto de venenoso y expandirlo por el mundo. Craso error.

¿Fueron expulsados Adán y Eva del paraíso por comer un kiwi? No. Jamás pecaría alguien con un kiwi. Un kiwi no es ni tentación. Fue una manzana, una manzana rica y apetitosa la que nos hizo dudar.

Por supuesto, Carlos no trabaja en el kiwi, y la pregunta que siempre nos hacemos es cómo puede la gente comer kiwis, pudiendo aligerarse las tripas con unas dulces y estupendas ciruelas rojizas, dulces y acharoladas, como las que se cultivan en nuestra hermosa patria.

El kiwi es una fruta contraria a la razón y las costumbres. Para empezar es peluda. ¿Cómo puede haber una fruta con pelos? Nada que ver con el aterciopelado melocotón, de suave aspecto y tacto agradable. Eso es fruta, sonrosada y hermosa a la vista. Fruta de gente que hace el bien. Estéticamente hermosa y apetecible para comer. El kiwi no. El kiwi tiene pelos como el bigote de un mono adolescente. Es verdad que tampoco son pelos largos, pero con esa piel amarronada, y esos pelos, uno podría pensar que se está comiendo los bultos de la entrepierna de un metrosexual. El kiwi es feo, se mire por donde se mire. Pero feo de cojones.

En segundo lugar, el kiwi es redondo, y como todo el mundo sabe, algo que es peludo y redondo, no puede ser sino el burrito de Platero, que es un ser sintiente, y que por supuesto, no se come. El kiwi podría ser una mascota casera, lo metes en una jaula y lo observas, y por supuesto, no lo alimentes ni lo metas en agua. Es un peligroso gremlin que se nos ha colado en la despensa. Un kiwi es un bicho disfrazado de desayuno por culpa del Pronto.

En tercer lugar. El kiwi es verde por dentro, y marrón por fuera. Y eso clama al cielo.

El color verde es antinatural en una fruta. Cuando está ácida, decimos que está verde, y no se come, porque puede sentar mal. La fruta hay que comerla bien madurita, que es cuando el azúcar natural de la fruta está en su punto. Para que sea atractiva, la evolución ha hecho que el color de su carpo y metacarpo sea sonrosado, cálido y agradable. Tonos amarillos, rojizos y rosados hacen que tenga buen aspecto. A veces, una fruta rica, puede tirar a amarillo verdoso, una pera ercolina, por ejemplo, pero nunca será su carne verde estropajo como la que nos ofrecen los kiwis. Eso no es normal.

Eso convierte el kiwi es un producto extraterrestre. Verde como un habitante chungo del planeta Naboo. Nunca deja de estar verde y nunca deja de ser ácido. Cuando madura, es porque se queda blandurrio, como sin cuerpo ni fuerza. Una manzana blandurria no es manzana, y un melón blando es que se ha pasado y está cagón.

Pero un kiwi verde, peludo y blando es lo que se come la gente sin pensar. ¡Con razón aligera los intestinos! Algo verde con el mismo color que el limpiador de pino de mi casa, no puede ser bueno, por mucho que las irracionales señoras se lo zampen sin pensar.

Además, ya informo, que ese color verde, propio de los ácidos, no lo presentan los cítricos amigos. Ni las naranjas, ni las mandarinas, ni los limones amarillos sin así de feos. Son ácidos, pero no son verdes, ni mucho menos. La piel de los cítricos sirve para dar sabor a los postres. En cambio la piel de los kiwis, ¿para qué sirve? ¿Para limarse las uñas de los pies? Yo no le veo otra función.

En un bodegón, jamás pintaría un buen artista un kiwi, salvo que quiera confundir a la gente con un nido de pollos de lechuza asomando el culo. Un bodegón que se precie tiene que mostrar belleza y fruta ofrecida. Melocotones, peras, manzanas y ciruelas claudias. Algún plátano de canarias, y una raja de sandía o un melón abierto al corte y rezumando aromas.

¿Ponemos un kiwi feo y peludo en un bodegón estilo Rembrand? No, por favor. Nunca aconsejaría plasmar un kiwi antiestético en un bodegón, salvo que queramos asustar a la clientela del restaurante donde lo expongamos. Y voy más lejos, si no nos vestimos ni nos maquillamos como los maoríes, ¿por qué comemos kiwis, que no ofrecen nada interesante más que acidez en los labios?

En Nueva Zelanda han expulsado a los kiwis de allí. No los exportan, yo creo que los echan y los han largado por feos. Los exportan porque no los quieren ni ver, ni pintar. Los All black del rubgy son ya tan feos como los kiwis que comen, y nosotros acabaremos igual como no tomemos conciencia del problema. Lo terrible es que aquí se les profese una devoción exagerada, cuando además de feos y peludos, son caros.

Lo dicho: Kiwis go home.

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